Para decidir quién conducirá el destino de nuestro país, es imprescindible contar con una educación de calidad. Sin embargo, para que exista acceso a dicha educación, ¿No habría, primero, que elegir bien? Más allá del dilema, que es análogo al del huevo y la gallina, creo en ambas como las herramientas más importantes que tenemos para ser libres. Y hoy, tanto el acceso a una educación de calidad, como la integridad de las próximas elecciones, están en peligro.
En marzo de 2020 mis hijos fueron una semana al colegio. La pandemia, gestionada por un gobierno repleto de dudas e incertidumbres, nos encerró inicialmente 15 días. Dos semanas que se convirtieron de manera caótica en un año lectivo perdido.
Ya habrá quién salga a predicar que clases hubo, que lo que faltó fueron clases presenciales. La visión, reduccionista, olvida que clases hubo únicamente para los alumnos afortunados, aquellos que contaron con el “kit educativo en épocas de Covid”: dispositivo propio, conectividad, padres que siguieron trabajando desde casa y pudieron acompañarlos en el proceso, docentes informatizados que se adaptaron al nuevo entorno. Sea cual sea el porcentaje de chicos que mantuvieron el ciclo lectivo a distancia, en Argentina, donde el 63% de los niños están en situación de pobreza, esa cifra es sin duda una minoría.