La educación pública en la Argentina se ha ido deteriorando, por lo menos, en los últimos 30 años. Si calculamos que un alumno promedio, cuando egresa de un secundario público, dedicó a la escuela como mínimo 4 horas por día y asistió a ella alrededor de 100 días al año, durante 15 años; obtendremos como resultado que el estudiante tuvo como mínimo unas 6000 horas de clases en su vida escolar. Aun así, algunos de ellos no saben comprender un texto, carecen de la preparación científica y tecnológica requerida para los trabajos del presente, y desconocen sus derechos y obligaciones como ciudadanos para lograr una sociedad crítica y libre.
El poco lugar que se le da a la educación en la agenda política, sumado a las malas gestiones y, por supuesto, al cierre prolongado de las aulas durante la cuarentena, son las columna que sostienen el panorama desolador en el cual nos encontramos hoy. Alrededor de medio millón de chicos este año no volvieron a las aulas. El tiempo apremia y no es momento de echar culpas, ni buscar responsables, es tiempo de buscar soluciones.