El otro lado de las tomas de colegios

La mayoría de nuestros abuelos vinieron al país en barcos, sin un centavo, muchos sin siquiera saber hablar español y con diversos grados de analfabetismo. Se deslomaron trabajando para brindarle a su familia la posibilidad de estudiar –algo que ellos no pudieron hacer– con el sueño de poder decir en sociedad “mi hijo, el doctor”. Y la mayor parte lo logró. Padres inmigrantes, con hambre, que se escapaban de la guerra, tenían hijos universitarios. La educación era la mejor herencia que podían dejarles. 

 

Hoy nuestros hijos heredaron nuestra grieta. Una grieta que, en contraposición a lo que contamos al principio, los aleja de su futuro. Y los culpables somos los adultos: políticos, profesores, periodistas, actores, padres, no importa qué profesión o el rol que tengamos. Somos hijos de una generación que transformó el debate de ideas en violencia en las calles. Los mismos que durante décadas lucharon por honrar y recordar a las víctimas de esos atropellos hoy incendian la mente de alumnos de secundaria con odio, patoterismo y más violencia.

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